Todo restaurante necesita al menos un año para afianzar su camino. Esa es nuestra experiencia propia, que además se convierte en opción firme cuando visitamos como clientes establecimientos que acaban de nacer.

Y es bueno que sea así. Los atajos en esta profesión siempre acaban en lugares nada atractivos.

El primer añito de Fokacha, por decirlo de alguna manera, ha sido un tanto brusco; de sobreexcitación ha ido bien servido. Sobrevivir fue el reto fundamental. Sin embargo, estas últimas semanas sentimos que este proyecto al que le pusimos tanto cariño poco a poco consolida la forma que quiere mostrarse al mundo.

En ese estilo propio, la pasta elaborada en “kasa” ocupa un primer plano especial, quizá con un brillo más reluciente del que incluso nos hubiéramos imaginado al inicio.

En el día de hoy, en “Lakarta” de Fokacha ofrecemos 12 elaboraciones distintas de pasta. Pasta corta como gnoccheti con alcachofas, tirabeques y barga cauda; larga, como los tagliatelle negro con guiso de sepia y tomatitos asados; rellena, como los ravioli de cap i pota con ricota de leche de oveja y menta; con un puntito de originalidad, como la “karbonara” con panceta de cordero y yema curada al ras al hanout; o con una seductora cremosidad, como la Pasta e fagioli (alubias blancas de Gernika con guanciale) picante.

De este linguini que mostramos hoy, nadie como nuestro David para contarlo.