La pera con el queso azul ha sido siempre una combinación ganadora en el mundo dulce, pero ¿funcionaría igual de bien en el terreno salado con una pasta?
Intuíamos que sí. Empezamos cociendo una pera al vino, utilizamos un vino Moscato italiano, para que nos aportara unos matices dulces a la elaboración. Qué acierto. La pera cocida y el jugo resultante estaban ya en sí mismos deliciosos.
A continuación pillamos gorgonzola artesano, que traemos de Italia del afinador Guffanti. Al probar este queso sabes enseguida que juega en otra liga: mantecoso, rico, ligeramente punzante y, a la vez, equilibrado y redondo… Fundimos el queso con un poquito de calor en una sartén y añadimos la pera en daditos pequeños. ¡Bingo! La base del plato, conseguida.
El siguiente paso era pensar una pasta, un lugar en el que cada día nos sentimos más sueltos, la verdad. La primera idea, una pasta rellena, un ravioli.
Tocaba rematar el plato con la salsa. Fundimos mantequilla, añadimos un chorrito del jugo de la cocción de la pera, unas hojas de salvia, un toque de sal y pimienta y emulsionamos el conjunto. Qué barbaridad de salsa, qué sabor más rico.
Llegó el momento de probar todo junto, mordimos el ravioli al dente terminado de cocinar en la mantequilla aromatizada; aparecieron de primeras toques dulces de la pera, que se integraban de inmediato con la cremosidad del queso fundido. La sensación final en boca era armoniosa y tremendamente agradable.
Pensamos que sería mejor cambiar la salvia por albahaca, así ganar unas notas más fresquitas… Lo teníamos, un plato memorable.